martes, 29 de octubre de 2013
ETOY RONCA
Por un camino solitario
iba una negra montada en una burra: trus, trus, trus, trus, cuando de repente
"¡Ay, Jesú!" gritó la negra dando un brinco junto con la burra: de
las chacras vecinas había entrado en el camino un negro montado en un burro. Pero
en seguida la negra se dio cuenta que era su compadre y, abanicándose con la
mano y al mismo tiempo resoplando, le dijo:
-Qué suto mia dao uté, compaire.
-Hola, comairita, cómo etá uté.
Y montados sobre sus animales se fueron juntos por el camino.
-Compaire- dijo más adelante la negra mirando al negro por el rabillo del ojo-, el camino ta solito.
-Ujú- dijo el negro sin mirarla.
Siguieron avanzando y la negra nuevamente habló:
-Compaire, yo le tengo miedo a uté.
-¿Ujú?- dijo el negro, esta vez también sin mirarla.
Al llegar donde el camino trazaba una curva prolongada, la negra volvió a hablar:
-Compaire, uté me quiede tumbá.
Entonces el negro la miró y dijo:
-Comairita, si yo la tumbo en ete camino, ¿uté grita?
-No, compaire, poque hata ronca etoy.
-Qué suto mia dao uté, compaire.
-Hola, comairita, cómo etá uté.
Y montados sobre sus animales se fueron juntos por el camino.
-Compaire- dijo más adelante la negra mirando al negro por el rabillo del ojo-, el camino ta solito.
-Ujú- dijo el negro sin mirarla.
Siguieron avanzando y la negra nuevamente habló:
-Compaire, yo le tengo miedo a uté.
-¿Ujú?- dijo el negro, esta vez también sin mirarla.
Al llegar donde el camino trazaba una curva prolongada, la negra volvió a hablar:
-Compaire, uté me quiede tumbá.
Entonces el negro la miró y dijo:
-Comairita, si yo la tumbo en ete camino, ¿uté grita?
-No, compaire, poque hata ronca etoy.
Antonio Gálvez Ronceros
miércoles, 16 de octubre de 2013
¡MIERA!
Antonio Gálvez Ronceros (1932)
¡Miera!
Tomado de Monólogo para Jutito.
Lluvia editores, Lima, 1986.
Originalmente en Monólogo desde las tinieblas, 1975
Originalmente en Monólogo desde las tinieblas, 1975
En el
camino que lleva al sembrado de camotes el negro don Andrés supo que en los
últimos días el caporal Basaldúa se había puesto a hablar feas cosas de él.
Mientras compraba plantas en el sembrado y llenaba de camotes los serones de su
burro, le dijeron lo mismo. Entonces no aguantó más: trepó al burro de un salto
y enderezó por un atajo hacia la casa del caporal. Pero ahí le dijeron que se
había ido a vigilar unos riegos en la Punta de la Isla y que volvería una
semana después. Sin decir nada pero aguantándose, don Andrés regresó
rápidamente a su casa, se bajó casi arrojándose del burro, lo dejó plantado con
los serones cargados, se metió corriendo en la primera habitación y llamó a su
hija mayor:
—¡Patora!
—los labios se le habían hinchado y parecían pelotas.
Saliendo
de la habitación contigua, Pastora se presentó alarmada.
—Patora,
tú que sabe equirbí, hame una cadta pa mandásela hata la Punta e la Ila a ese
caporá Basadúa, que nueta acá y sia ido pallá depué quiabló mal de mí. Yo te
vua decí qué vas a poné en er papé.
—Ya,
tata, vua traé papé y lápice —dijo la hija. Se metió en los interiores de la
casa y poco después regresó.
—Ponle
ahí, Patora —dijo don Andrés—, que su boca esuna miera, que su diente esota
miera, su palaibra un montón de miera… Miera esa mula que monta. Miera su
epuela. Miera su rebenque. Miera el sombrero con quianda. Miera esa cotumbe e
miera diandá mirando tabajo ajeno… Léemela, Patora, a ve qué fartra.
Cuando la
hija acabó de leer, don Andrés tenía un gesto de duda como si ya no confiara
del todo en sus propias palabras.
—Oye, Patora
—dijo finalmente—, quítale un poco e miera a ese papé.
Antonio Gálvez Ronceros es responsable de la apertura de
una nueva vertiente en la literatura peruana, a partir de una fresca
interpretación del habla popular de raíz afro de su tierra costeña, recoge con
espontaneidad y fluidez sin precedentes, una versión llena de humor y, por
momentos agria de la vida de los campesinos negros chinchanos, quienes en su
propio lenguaje, gracias a las anónimas intervenciones del autor llegan a
insospechados niveles filosóficos.
Que te parece la literatura de Gálvez Ronceros… deja tu comentario…
martes, 15 de octubre de 2013
miércoles, 9 de octubre de 2013
SANDRO BOSSIO
EL
HOMBRE QUE HABLÓ CON LA MUERTE
Desde el primer golpe, el viejo Jonás sintió
inquietud, pero sólo al tercero decidió levantarse. Era como si, en la playa,
alguien se hubiera desbarrancado y, desde un largo rato atrás, no pudiera incorporarse.
Por su penosa enfermedad, bastante trabajo le costaba a Jonás bajar de
la cama, pero, con su último esfuerzo, destapó las mantas y puso un pie en el
piso de madera. Afuera, la noche era una sustancia material, de brea, y había
tanta neblina, que tuvo que alumbrarse con una lamparilla para no darse con
alguna invisible entidad externa. La mar estaba brava y la espuma
efervescía a cada reventazón. En la
cerca de troncos podridos, a un lado de su faro, encontró al caído. Tuvo que
acercarle mucho la luz para descubrir que se trataba de un ser alto y esquelético,
desmazalado por el agua, que compartía
su pantano personal con su revoltijo de erizos y plumas de gaviotas. Jonás lo
ayudó a levantarse y le preguntó quién era. El desconocido le contestó con una
voz de náufrago que era la Muerte.
Entraron
al faro. La puerta se cerró y el clima humeante de la madrugada quedó afuera.
Jonás colgó la lamparilla en un gancho
de carnicero y, aturdido por un repentino
malestar, se sostuvo en una
columna para no caer. Le pidió a la Muerte que se acomodara por ahí. La bruma
seguía metiéndose al cuarto por las rendijas de la puerta, lentamente, como un
gas venenoso. La Muerte cruzó la
habitación: su esbelta silueta encandeció al trasponer el sector de la lamparilla, y su augusto
esqueleto, firme bajo el hábito marrón se posó suavemente en una silleta. Apoyó la guadaña contra la pared. Jonás, en
vez de volver a la cama, se puso a observar la playa a través de la ventana. A un lado, diluida por
la niebla, veía la caleta con sus
lanchas varadas; y al otro extremo, en la cima del acantilado, la baranda roja
de la costanera: la ciudad, silenciosa y dormida, prevalecía contra la cavidad
atmosférica. Después se dirigió a la mesa. En cuanto lo vio acercarse. La
Muerte se despojó de su capucha de franciscano y su cráneo, redondo y azul
quedó brillando entre las sombras. El
viejo lo veía como una radiografía.
Cuando era
joven y se desempeñaba como guardafaros del patronato del pueblo. Jonás había
sido testigo de insólitos acontecimientos. En una ocasión, en medio de una tempestuosa
marejada, vio al barco fantasma del Sir Walter, el Historiador: en otra, en
desfiles de fantásticas medusas y madréporas anaranjadas; luego una lluvia de
aerolitos siderales bombardeando la acuosa llanura del mar. De modo que, al ver
a La Muerte en su mesa, no le costó mucho creer que sólo él tenía acceso a los
secretos del mundo privados a los demás. De tanto haber pensado en la Muerte en
sus desvelos, en sus larguísimas tardes de solitario, ahora casi la encontraba
familiar. Sirvió un poco de agua en su vaso y se la ofreció: una mano de marfil
se alargó con infinita cautela, se materializó a la luz de la lamparilla, dos
huesecillos se cerraron alrededor del vaso con un débil tintineo. Después de un
largo silencio, interrumpido por el fragor del mar. La Muerte habló. Le conto
que estaba bajando por él, pero que no había visto el tendido de los cables
telefónicos y que se había venido abajo enredado en ellos. Jonás le preguntó si
había tenido mucho trabajo. La muerte suspiró. Le dijo que se imaginara con la
cantidad de guerras y suicidios de hoy en día.
-La vida
se ha vuelto una buena mierda –exclamó.
Jonás tuvo
el desolado estupor de no haber escuchado en su vida palabras más sabias que
ésas. Poco antes de que el patronato desautorizara el funcionamiento del faro,
había perdido lo más preciado de la vida. Todavía recordaba estar navegando de
noche, a filo de viento, gritando un nombre de mujer. Recordaba el sofoco, las
lágrimas, el cuerpo flotando boca abajo y, a la distancia, las aspas de luz del
faro, escarlatas, girando en el vacío. Sin empleo, ni familia, el patronato no
tuvo alma para echarlo. Entonces heredó el faro apagado y se dedicó a su
verdadero oficio: el de fabricante de
lentes.
Hacía rato
que Jonás se había levantado y ahora, la cara vuelta hacia su gabinete, se
afanaba en una labor metódica y oculta.
Trabajaba en silencio, concentrado, pedaleando la biseladora como un afilador
de cuchillo. Se oía el choque de unos instrumentos el rasguñar de un diamante,
un borde vidriado puliéndose en la lija. Cuando terminó, devolvió a su sitio
una luneta aplanática y una planchita de vidrio de sosa. La Muerte le dijo que
tenía pendiente otra epidemia en Ruanda, pero él, absorto en la contemplación
de su obra, no le prestó atención. Volvió a la mesa y le entregó unos anteojos
recién terminados. La muerte alzó la cabeza en dos tiempos, sorprendida,
primero para mirar los anteojos y después al viejo. Se calzo la montura,
ajustándola en los huesos temporales, y probó su agudeza. Jonás se anticipó a la
pregunta y le dijo que había medido la dirección de su astigmatismo por la
distancia entre el faro y los cables. La Muerte le agradeció ceremoniosa, y a
cambio prometió concederle un deseo. Jonás lo pensó un momento. Pidió,
sencillamente… que fuera sin dolor. La Muerte afirmó. `` Las miopatías son
dolorosas, le dijo. Pero está vez haremos una excepción´´. Le suplicó que se
acostara. Jonás lo hizo y la propia Muerte le cerró los párpados, dulcemente.
Cuando
despertó se sorprendió de seguir con vida. No sintió más la flojedad de sus
músculos, ni el dolor, ni la fatiga. Descorrió la cortina y vio, afuera, en el nuevo día, las arenas
relumbrando como limaduras de sal. Y ahora no pregunten por qué soy inmortal.
El escritor Sandro Bossio (Huancayo, 1970) se hizo conocido con
su primera novela –El llanto en las tinieblas, Premio BCR 2001– un relato
histórico en el que “se recrea con pasmosa espontaneidad y con seguridad
extrema, léxico y giros expresivos de los siglos XVI y XVII” (Luis Jaime
Cisneros). Diez años después, Bossio nos entrega su esperada segunda novela, La fauna de la noche (San Marcos,
2011), un thriller cuyas acciones se desarrollan tanto en la violenta Lima de
los años noventa como en la del siglo XVI.
El
asesinato de una autoridad universitaria es el misterio que tienen que resolver
Eduardo, joven estudiante de medicina, y su amigo Gustavo, periodista de un
popular diario limeño. El crimen parece estar relacionado con los ritos de una
ancestral sociedad secreta de médicos, y entre los sospechosos se encuentran
profesores y alumnos de la Universidad de San Marcos. Además de manejar con
destreza la trama policial, Bossio va intercalando en su narración la historia
de los fundadores de esa sociedad secreta y las de todos los jóvenes implicados
en el caso, especialmente su agitada vida nocturna: drogas, prostitución,
homosexualidad, etc.
Así,
las casi 400 páginas de la novela se convierten en un amplio retrato de la
sociedad limeña de fines del siglo pasado. Pero es un retrato demasiado cargado
truculencias y estereotipos (militares homofóbicos, señoronas prejuiciosas) y
en el que la reproducción “fotográfica” del habla de los jóvenes llega a
ciertos excesos. No obstante, La fauna de la noche es un policial original y
ambicioso que confirma a Sandro Bossio como un narrador de interés.
SANDRO BOSSIO ES UN
EXCELENTE ESCRITOR REGIONAL ¿LEISTE ALGÚN CUENTO O NOVELA DE ÉL? ¿QUÉ TE
PARECIÓ?
DEJA TU COMENTARIO…
sábado, 5 de octubre de 2013
viernes, 4 de octubre de 2013
MALDITA SEA… SE EQUIVOCARON…
Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé! Inmortal verso del egregio poeta peruano César
Vallejo Mendoza que connota las adversidades y sufrimientos propios del ser
humano, esos golpes que sufrimos cuando el terrorismo se extendía en el Perú,
principalmente en la región central, allá por las décadas del 80 y 90, la Universidad
Nacional del Centro del Perú fue escenario de cruentos conflictos políticos,
sociales e ideológicos. ¿Quién no recuerda a nuestra Alma Máter embanderada,
con pintas subversivas e incursiones militares? Cuando los grupos terroristas (Sendero
Luminoso, Movimiento Revolucionario
Túpac Amaru y el grupo armado Rodrigo Franco) arremetían en toda la región
central del Perú, con el fin de tomar el poder, introduciendo su ideología
extremista y captando adeptos en nuestra Universidad, aquellas personas que pasamos por esos claustros
universitarios estoy seguro que rememorarán aquellas décadas de rebelión e insurgencia.
En ese contexto, el huancaíno Luis Alberto
Salvatierra Rodríguez ex alumno de nuestra
Primera Casa Superior de Estudios quien vivió en carne propia esas
décadas difíciles, rinde homenaje a muchos de sus compañeros estudiantes desaparecidos
y asesinados injustamente tanto por los
extremistas y por los militares a través de una novela corta, titulada: “Maldita
sea… se equivocaron…” que recibió Mención Especial en la Casa de
América Latina de París.
El autor se adentra en pasajes de la vida
universitaria, en esa etapa peligrosa, conoce a nuevos compañeros con diversas
costumbres y vivencias; nos muestra la compleja idiosincrasia y modos de vida
lleno de problemas económicos y sociales en medio del desarrollo intelectual,
nace el compañerismo y la solidaridad, las confrontaciones y el odio, el
sacrificio, el sufrimiento y la pasión traducida en el verdadero amor. Introduce
de capítulo en capítulo, entre risas y tristezas, entre fracasos y triunfos, en
un sinfín de historias entrelazadas que buscan
siempre un motivo de vida, y cómo en el devenir del tiempo los personajes principales caen en desgracia
sin ser culpables. Nos topamos con la desesperanza y al no encontrar los
motivos de nuestra caída, buscamos un culpable o simplemente culpamos al
destino de nuestra sola y propia equivocación.
“Maldita sea… se equivocaron…” es una historia que retrata a Gerardo Ruíz,
“limeño” ex militar, con problemas familiares y económicos llega a Huancayo, la
gran urbe cosmopolita que está convulsionada por las hordas senderistas y
emerretistas, donde conoce a sus compañeros “los serranos” en la universidad, y
donde aprende que la vida lejos de la gran capital es muy diferente y que los
amigos se consiguen cuando te dan la mano en los momentos difíciles.
También, expresa pasajes de su vida en los claustros
universitarios, cuando el temor de las
amenazas, de las explosiones y balas, y el encuentro de nuevas personas lo
hacen cambiar y saber que sólo el amor, el conocimiento, la fuerza, la valentía
y la verdad pueden ser motivos suficientes para encontrar la felicidad. Entre
el relato de algunas costumbres de Huancavelica, Huancayo, Tarma, La Merced y
otros lugares de la región central, el autor desarrolla diversos temas sociales
y económicos que devienen del problema político vivido en esos años, de cómo la
verdadera amistad perdura pese a los hechos de errados seres humanos; la novela
nos transporta a soñar con la música de
Blades y Varela que nos invita a meditar en cada acto de nuestra vida y saber
que los triunfos o fracasos pese a la adversidad dependen de nosotros mismos,
sin temor a equivocarnos.
El autor, Luis Alberto Salvatierra Rodríguez,
presentó su novela en el Concurso Internacional Juan Rulfo 2006 promovido por
RFI – Instituto de México en París – Instituto Cervantes – Casa de América Latina
– Unión Latina –Colegio de España en París y Le Monde Diplomatique (España).
Compitió con otras 585 novelas cortas procedentes de América Latina, España,
Francia, Estados Unidos y otros países.
Tenemos muchas razones de mostrar el pecho henchido
de orgullo: Machu Picchu resultó elegida como una de las Siete
Maravillas del Mundo Moderno, Vargas Llosa, recibió el máximo galardón: el Premio
Nobel de Literatura, nuestra variada gastronomía reconocida y apreciada a nivel
mundial y este prolijo y bisoño escritor huancaíno que se perfila a estar en la
palestra de los grandes y por supuesto discípulo de la Universidad Nacional del
Centro del Perú orgullo regional.
Lic. GUSTAVO ANCALLE SALINAS
Lic. GUSTAVO ANCALLE SALINAS
CESAR HILDEBRANDT VERSUS MARIO VARGAS LLOSA
El
periodista y el novelista:
El periodista César Hildebrandt publicó un artículo
en su semanario "Hildebrandt en sus trece", donde comenta el premio
Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa y en particular el discurso
que pronunció el escritor antes de la entrega del galardón.
Hildebrandt
no reseña el acontecimiento en el sentido en el que lo han hecho casi todos los
periodistas, comentaristas, estudiosos, críticos, escritores e intelectuales en
el Perú y el resto del mundo, resaltando las cualidades del Nobel, sino
lamentando el declive intelectual que, según él, vendría sufriendo con el paso
de los años.
Pese a
que cuenta con una buena cantidad de detractores, a estas alturas Hildebrandt
es ya una leyenda viva del oficio que lo ha hecho todo y ostenta un record de
despidos y renuncias de casi todos los canales de televisión y algunos diarios
y revistas de los que salió cuando percibía que su libertad de expresión corría
el riesgo de verse mellada.
Hildebrandt
publicó, en 1994, Memoria del Abismo, su única novela, que tuvo dos
tipos de lectores: los que empezaron a leerla, pero no consiguieron terminarla,
porque el aburrimiento los derrotó; y los que empezaron a leerla y la
terminaron, pero no la disfrutaron, porque el autor careció de la pericia
narrativa para lograr que sus personajes adquiriesen vida propia y que la
historia que contaba a lo largo de más de doscientas páginas interminables
conmoviese o asombrase o por lo menos divirtiese al lector.
Hildebrandt
publicó además, en 1981, Cambio de palabras, libro de entrevistas
reeditado en el 2008, donde reúne sus conversaciones con políticos como Haya de
la Torre, Jorge del Prado, Juan Velasco Alvarado, Armando Villanueva, Andrés
Townsend, Enrique Chirinos Soto, Hugo Blanco, Alfonso Barrantes,
Luis Alberto Sánchez, Fernando Belaunde, Luis Bedoya, Javier Valle Riestra, y
escritores como Alfredo Bryce,
Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y el propio Vargas Llosa.
La
entrevista con el futuro premio Nobel no aparece en la primera edición del
libro porque fue realizada en 1992, pocos meses después del autogolpe de
Fujimori. El resto de diálogos corresponden a los años comprendidos entre 1971
y 1982 y fueron publicados casi todos originalmente en la revista Caretas.
A pesar
del tiempo transcurrido, no deja de ser interesante leer estas entrevistas, que
discurrieron lógicamente en torno a la coyuntura de la época (el gobierno
militar, la Asamblea, el retorno de la democracia), ciertamente por las
respuestas que ofrecen los entrevistados, pero también por la inmensa habilidad
del entrevistador para preguntar más allá de lo evidente.
De esto
puede inferirse que Hildebrandt es mejor periodista que novelista. O que
Hildebrandt es un gran periodista, pero un pésimo novelista. O que Hildebrandt
es periodista, pero no novelista. En todo caso, Hildebrandt es un notable
periodista y también es un voraz lector.
Hildebrandt
comienza su artículo de la siguiente manera:
“Sabía
-no me pregunten por qué- que Mario Vargas Llosa, con el soñado Nobel ya en la
mano, iba a convertirse en el magno portavoz de quienes cortan el jamón. Es
decir, que sin las prudencias que mantenía para no enemistarse con los jurados
progres de la Academia Sueca, Vargas Llosa se despojaría de remilgos
y de coquetas máscaras y aparecería, por fin, como lo que es: uno de los más
talentosos escribidores del sistema mundial de dominación”.
El
sistema mundial de dominación. Hildebrandt se acomoda una barba blanca en la
cara, se empina todo lo que puede y se disfraza del viejo Fidel Castro para
terminar esa oración. O de Hugo Chávez. O de Evo Morales. O de Marx. O de Mao.
O de Abimael
Guzmán. O, para no ir más lejos, de Ollanta Humala. El sistema
mundial de dominación. El viejo imperio semi feudal y semi colonial.
Es decir,
según Hildebrandt, el planeta estaría siendo gobernado por unas criaturas
demoníacas de pelos rubios que hablan en inglés y que tienen su centro de
operaciones en Washington, asociados con otros seres igual de monstruosos, de
pelos también rubios o rojos, que hablan en lenguas extrañas y que se
encuentran avecindados en los países de la Unión Europea, y juntos impiden,
empleando toda clase de armas, que los países pobres dejen de serlo y que los
habitantes de estos países pobres se liberen del yugo que los oprime por los
siglos de los siglos sin que ellos se den cuenta.
Todo esto
con el único objetivo de mantener en marcha el “sistema mundial de dominación”,
mediante las armas, el dinero, los medios de comunicación, el comercio, el
manejo de la educación y la salud, y empleando para ello a políticos,
economistas, militares, médicos, profesores y, cómo no, también a intelectuales
y escritores, siendo Vargas Llosa uno de sus “más talentosos escribidores”.
Luego
Hildebrandt se rasga las vestiduras porque Vargas Llosa, en su discurso,
condenó la dictadura de Cuba y llamó “populismos payasos” a los gobiernos de
Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Y se pregunta: “¿Cómo se puede caer tan bajo en
la ceremonia de lectura oficial de un discurso por el premio Nobel?
¿Qué derecho puede esgrimirse para ese vertido de insultos?”
Habría
sido francamente interesante escuchar a Hildebrandt pronunciar su discurso de
aceptación del premio Nobel de literatura. Habría sido divertido verlo
empinarse para compartir con el mundo entero el espectáculo de su breve figura.
Quizás, igual que en sus programas de televisión, habría pedido que le trajesen
unas cuantas guías telefónicas para sentarse (en este caso, pararse) sobre
ellas.
Claro,
para que todos tuviésemos la oportunidad de solazarnos con el bizarro
entretenimiento, Hildebrandt tendría que escribir unas veinte o veintidós
novelas con mucha mayor habilidad de la que tuvo cuando redactó Memoria del
Abismo.
Al final,
comentando El sueño del celta, el periodista dice que no le gusta el
escritor en que se ha convertido Vargas Llosa: “Lineal como un durmiente,
cuerdo como una cena de negocios, eficaz como una mano de pintura”. No le
gusta. Simplemente no le gusta. ¿Qué le gusta a César Hildebrandt?
Para
cualquier buen lector resulta evidente que lo más probable es que Vargas Llosa
ya haya escrito sus novelas más contundentes y que, lo que escriba y publique
en adelante, difícilmente superará el hechizo y la magia de esos primeros
libros.
Sin
embargo, incluso así, sus ficciones mantendrán el fuego que solo poseen los
grandes creadores. Aunque Vargas Llosa escribiese viendo al Real Madrid por la
televisión o con sus nietos desordenándole las canas, sus novelas igual serían
buenas.
Hildebrandt
se pregunta: “¿Dónde quedó el escritor del desacato que alguna vez habló en la
entrega del premio Rómulo Gallegos? ¿Dónde el intelectual que luchó por la
libertad de Herbert Padilla?” Eso sucedió hace cuarenta años. Ese Vargas Llosa
no existe más. El actual no es mejor ni peor, simplemente es distinto.
Un buen
lector no se atrevería a pedirle a un escritor que continúe escribiendo como
hace cuarenta años. Eso es enanismo intelectual. Un buen lector no se atrevería
a pedirle a un intelectual que continúe razonando como hace cuarenta años. Eso
es necedad. Un buen lector no se atrevería a pedirle a un escritor e
intelectual que continúe siendo la misma persona que era hace cuarenta años.
Eso es estupidez.
Hildebrandt
se pregunta: ¿Dónde está el Vargas Llosa que quisimos tanto? En su casa, con el
premio Nobel en la vitrina, trabajando con las mismas ganas de hace cincuenta
años, sin duda sintiendo el paso del tiempo no solo al caminar o al trotar,
sino también al escribir y al fabular, pero continuando a pesar de eso.
Nosotros
preguntamos ¿dónde está el Hildebrandt de Memoria del Abismo?
Felizmente, a la vuelta de su casa, piropeando a chicas a las que les llega al
hombro y que se ríen a sus espaldas. Felizmente, nunca más escribiendo novelas.
Nunca más.
Sábato
decía que, para admirar, se necesita grandeza. Y eso es algo que, a pesar de
sus cualidades intelectuales y de lo mucho que hizo y continúa haciendo en el
periodismo nacional, el “Chato” Hildebrandt no posee. Grandeza.
jueves, 3 de octubre de 2013
SISTEMA NACIONAL DE
EVALUACIÓN, ACREDITACIÓN Y CERTIFICACIÓN DE LA
CALIDAD EDUCATIVA
El Perú se
halla ante una exigencia de políticas coyunturales, nacionales y sectoriales que
orientan el logro de altos niveles de responsabilidad y eficiencia del sistema
educativo como soporte y motor del desarrollo económico, social y cultural de la sociedad. Ejemplo de esto son los
procesos de evaluación y acreditación que
empiezan a efectivizarse a partir de la promulgación de la Ley que crea el Sistema
Nacional de Evaluación, Acreditación y Certificación de la Calidad Educativa (SINEACE); que se plasman en mayores
exigencias para el ingreso a las entidades
formadoras de maestros (Institutos y Universidades); así como para el nombramiento de los contratados por el estado
en plazas docentes en calidad de nombrados. Todo
esto en vista de la masificación y diversificación de
programas de formación y perfeccionamiento docente. Estás políticas educativas, aunque algo erráticas y repentistas, intentan aportar rigor y eficacia en medio de
un clima de desconfianza de la calidad del sistema educativo peruano.
En
este medio en el que calidad, competitividad y globalización se re-fuerzan recíprocamente,
la certificación profesional se convierte en un elemento de relevancia crucial,
para la forja e impulso de un nuevo paradigma
de la autorrealización humana en el siglo XXI. Por ello, mientras no exista un sistema que ofrezca informaciones válidas y confiables sobre lo que son los profesionales y lo que
saben hacer, nuestras normas quedarán etéreas y no lograrán su objetivo, esto es, la formación y reconocimiento de profesionales competentes.
La certificación profesional, entendida como la acción del estado para reconocer las competencias profesionales de una
persona, fueron adquiridas por un proceso de aprendizaje formal o no formal,
siempre y cuando pruebe que sus desempeños se
ajustan a estándares de exigencia preestablecidos.
De acuerdo a lo señalado
previamente, la certificación debe ser vista como medio de evaluación para una consiguiente retroalimentación personal e institucional, sea para validar un estado óptimo de desempeño, o para remediar eventuales déficit y recuperar el debido reconocimiento. En el caso de la
certificación institucional debe constituirse en un elemento de autorregulación y redefinición de contenidos de los programas educativos; de
modo tal, que el resultado que obtengan sus egresados debe servir de guía para desarrollar acciones que mejoren la formación profesional.
La certificación debe
sustentarse en una evaluación objetiva e imparcial del profesional, lo cual
solo será posible si se cuenta con un sistema de certificación sólido y riguroso. No basta con su promulgación y reglamentación, hay que efectivizarlo de modo prudente e
inteligente, y prepararse para saber
enfrentar formas abiertas o mimetizadas de resistencia.
Todo
sistema de certificación requiere de una implantación eficaz y capaz de mantener el rigor y la flexibilidad de acuerdo a las exigencias
del medio. Cada país debe establecer su sistema de acuerdo a sus
peculiaridades sociales, culturales, económicas y
legales. Recuérdese que estos sistemas son el fruto de una elaboración social, enraizada en la historia de cada sociedad concreta.
La certificación profesional ha demostrado ser un instrumento de enorme utilidad si se aplica en los contextos y
situaciones reales y apropiadas. Así mismo, puede proporcionar medios
para mejorar el ajuste de la formación
profesional a las demandas de las organizaciones sociales y empresariales, pero
requiere, para su pleno funcionamiento, de estructuras adecuadas y acuerdos políticos entre las partes interesadas.
Cuando la certificación está ligada a políticas
amplias de productividad y competitividad de las organizaciones,
existen mayores posibilidades para un resultado óptimo,
para tal efecto, Los procesos de certificación
requieren ser contextualizados tomando en cuenta el nivel de desarrollo
relativo de la región en que se inserta la organización; de otro modo, puede convertirse en mecanismo que refuerza la
exclusión social impidiendo la igualdad de oportunidades.
Las funciones de formación profesional y la función de
certificación deben permanecer separadas y asumidas por instituciones
distintas. Si ellas se reúnen en la misma entidad, se sientan las bases
para la corrupción del sistema.
Hasta
hoy, el reclutamiento de personal por las organizaciones, sobre todo las públicas, está plagado de nepotismo, el amiguismo y el
intercambio de favores. La implantación de la
certificación profesional significa introducir un elemento de racionalidad y
justicia en la accesibilidad a las
funciones laborales basada en la aptitud para el desempeño eficiente. Y esto les hará mucho
bien a las personas y al país.
IMPORTANCIA DEL ANÁLISIS DE TEXTOS LITERARIOS DEL CONTEXTO LOCAL Y REGIONAL
¿Cuál es
la importancia del análisis de textos literarios
narrativos del contexto local
y regional en el marco del
enfoque comunicativo, cognitivo y sociocultural?
Hablar de Literatura, es hablar del texto literario, y
entrar al terreno de la literatura es tomar ese texto para conocerlo
directamente; de esta manera estamos participando e introduciéndonos en la
literatura. Literatura no es saber autores y obras, fechas y otros datos, sino
leer, analizar, separar elementos presentes en una obra literaria, encontrar
ideas, pensamientos, juicios que ésta encierra, problemáticas que reflejen la
vida y el hombre para entendernos mejor y entender a los que nos rodean. La
obra literaria es un reflejo del momento histórico en que aparece, proyectando
aquellos aspectos que lo caracterizan positiva y negativamente, y es a través
de sus líneas como participaremos y conoceremos de ellos. Como parte de nuestra
identidad local y regional es importante el análisis de textos literarios de
nuestra localidad y/o región, puesto que, a través de ellos, se reafirma la
cosmovisión, idiosincrasia y visión del mundo de nuestro entorno y existe una
mejor interacción entre el texto y el lector ya que los estudiantes se sienten
identificados con sus vivencias; pero sin dejar de lado la literatura clásica,
nacional e internacional como un fenómeno intercultural.
PROPUESTA PEDAGÓGICA
UNA PROPUESTA PARA
SER APLICADA EN LA PRÁCTICA PEDAGÓGICA DESDE
EL ENFOQUE CRÍTICO
- REFLEXIVO
EJERCICIOS DE LA
LECTURA COMO PROCESO METACOGNITIVO
Para poner a prueba si los lectores usan estrategias
metacognitivas cuando leen, se pueden usar diversas técnicas. Una de ellas es
la descrita como la técnica del texto interferido (Pinzás, 1993) en la cual se
altera el contenido del texto, oración o frase, convirtiéndole en incompatible
ya sea con el conocimiento y experiencias del lector (denominada anomalía
externa o “falsedad”) o con otros fragmentos o partes del textos (denominada
anomalía interna o “inconsistencia” propiamente dicha).
Primer tipo de error textual “falsedad”:
“Angélica llegó muy
apurada a su casa. Eran las cuatro de la tarde y aún no había almorzado. Llamó
a Cecilia desde la entrada pidiéndole que le presentara rápidamente algo de
ropa pues debía almorzar antes de partir hacia el aeropuerto de inmediato”.
Si has encontrado el error, por favor, subráyalo y
reemplázalo por el fraseo correcto. En este caso el error se encuentra en la
sustitución de la palabra “comida” por el término “ropa”. El texto contradice
algo al parecer obvio y que el lector sabe: que la ropa no se come.
Segundo tipo de error textual “inconsistencia”:
“Angélica llegó muy
apurada a su casa. Eran las cuatro de la tarde y aún no había levantado. Llamó
a Cecilia desde la entrada pidiéndole que le presentara rápidamente algo de
comida pues debía almorzar antes de partir hacia el aeropuerto de inmediato”.
Trata de encontrar el error corrigiéndolo. Aquí, la última
parte de la segunda oración contradice o es inconsistente con el contenido de
la primera frase y también con el contenido de la siguiente. Aunque puede
quizás contradecir el conocimiento del lector, básicamente contradice el
sentido del texto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)