El
periodista y el novelista:
El periodista César Hildebrandt publicó un artículo
en su semanario "Hildebrandt en sus trece", donde comenta el premio
Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa y en particular el discurso
que pronunció el escritor antes de la entrega del galardón.
Hildebrandt
no reseña el acontecimiento en el sentido en el que lo han hecho casi todos los
periodistas, comentaristas, estudiosos, críticos, escritores e intelectuales en
el Perú y el resto del mundo, resaltando las cualidades del Nobel, sino
lamentando el declive intelectual que, según él, vendría sufriendo con el paso
de los años.
Pese a
que cuenta con una buena cantidad de detractores, a estas alturas Hildebrandt
es ya una leyenda viva del oficio que lo ha hecho todo y ostenta un record de
despidos y renuncias de casi todos los canales de televisión y algunos diarios
y revistas de los que salió cuando percibía que su libertad de expresión corría
el riesgo de verse mellada.
Hildebrandt
publicó, en 1994, Memoria del Abismo, su única novela, que tuvo dos
tipos de lectores: los que empezaron a leerla, pero no consiguieron terminarla,
porque el aburrimiento los derrotó; y los que empezaron a leerla y la
terminaron, pero no la disfrutaron, porque el autor careció de la pericia
narrativa para lograr que sus personajes adquiriesen vida propia y que la
historia que contaba a lo largo de más de doscientas páginas interminables
conmoviese o asombrase o por lo menos divirtiese al lector.
Hildebrandt
publicó además, en 1981, Cambio de palabras, libro de entrevistas
reeditado en el 2008, donde reúne sus conversaciones con políticos como Haya de
la Torre, Jorge del Prado, Juan Velasco Alvarado, Armando Villanueva, Andrés
Townsend, Enrique Chirinos Soto, Hugo Blanco, Alfonso Barrantes,
Luis Alberto Sánchez, Fernando Belaunde, Luis Bedoya, Javier Valle Riestra, y
escritores como Alfredo Bryce,
Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y el propio Vargas Llosa.
La
entrevista con el futuro premio Nobel no aparece en la primera edición del
libro porque fue realizada en 1992, pocos meses después del autogolpe de
Fujimori. El resto de diálogos corresponden a los años comprendidos entre 1971
y 1982 y fueron publicados casi todos originalmente en la revista Caretas.
A pesar
del tiempo transcurrido, no deja de ser interesante leer estas entrevistas, que
discurrieron lógicamente en torno a la coyuntura de la época (el gobierno
militar, la Asamblea, el retorno de la democracia), ciertamente por las
respuestas que ofrecen los entrevistados, pero también por la inmensa habilidad
del entrevistador para preguntar más allá de lo evidente.
De esto
puede inferirse que Hildebrandt es mejor periodista que novelista. O que
Hildebrandt es un gran periodista, pero un pésimo novelista. O que Hildebrandt
es periodista, pero no novelista. En todo caso, Hildebrandt es un notable
periodista y también es un voraz lector.
Hildebrandt
comienza su artículo de la siguiente manera:
“Sabía
-no me pregunten por qué- que Mario Vargas Llosa, con el soñado Nobel ya en la
mano, iba a convertirse en el magno portavoz de quienes cortan el jamón. Es
decir, que sin las prudencias que mantenía para no enemistarse con los jurados
progres de la Academia Sueca, Vargas Llosa se despojaría de remilgos
y de coquetas máscaras y aparecería, por fin, como lo que es: uno de los más
talentosos escribidores del sistema mundial de dominación”.
El
sistema mundial de dominación. Hildebrandt se acomoda una barba blanca en la
cara, se empina todo lo que puede y se disfraza del viejo Fidel Castro para
terminar esa oración. O de Hugo Chávez. O de Evo Morales. O de Marx. O de Mao.
O de Abimael
Guzmán. O, para no ir más lejos, de Ollanta Humala. El sistema
mundial de dominación. El viejo imperio semi feudal y semi colonial.
Es decir,
según Hildebrandt, el planeta estaría siendo gobernado por unas criaturas
demoníacas de pelos rubios que hablan en inglés y que tienen su centro de
operaciones en Washington, asociados con otros seres igual de monstruosos, de
pelos también rubios o rojos, que hablan en lenguas extrañas y que se
encuentran avecindados en los países de la Unión Europea, y juntos impiden,
empleando toda clase de armas, que los países pobres dejen de serlo y que los
habitantes de estos países pobres se liberen del yugo que los oprime por los
siglos de los siglos sin que ellos se den cuenta.
Todo esto
con el único objetivo de mantener en marcha el “sistema mundial de dominación”,
mediante las armas, el dinero, los medios de comunicación, el comercio, el
manejo de la educación y la salud, y empleando para ello a políticos,
economistas, militares, médicos, profesores y, cómo no, también a intelectuales
y escritores, siendo Vargas Llosa uno de sus “más talentosos escribidores”.
Luego
Hildebrandt se rasga las vestiduras porque Vargas Llosa, en su discurso,
condenó la dictadura de Cuba y llamó “populismos payasos” a los gobiernos de
Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Y se pregunta: “¿Cómo se puede caer tan bajo en
la ceremonia de lectura oficial de un discurso por el premio Nobel?
¿Qué derecho puede esgrimirse para ese vertido de insultos?”
Habría
sido francamente interesante escuchar a Hildebrandt pronunciar su discurso de
aceptación del premio Nobel de literatura. Habría sido divertido verlo
empinarse para compartir con el mundo entero el espectáculo de su breve figura.
Quizás, igual que en sus programas de televisión, habría pedido que le trajesen
unas cuantas guías telefónicas para sentarse (en este caso, pararse) sobre
ellas.
Claro,
para que todos tuviésemos la oportunidad de solazarnos con el bizarro
entretenimiento, Hildebrandt tendría que escribir unas veinte o veintidós
novelas con mucha mayor habilidad de la que tuvo cuando redactó Memoria del
Abismo.
Al final,
comentando El sueño del celta, el periodista dice que no le gusta el
escritor en que se ha convertido Vargas Llosa: “Lineal como un durmiente,
cuerdo como una cena de negocios, eficaz como una mano de pintura”. No le
gusta. Simplemente no le gusta. ¿Qué le gusta a César Hildebrandt?
Para
cualquier buen lector resulta evidente que lo más probable es que Vargas Llosa
ya haya escrito sus novelas más contundentes y que, lo que escriba y publique
en adelante, difícilmente superará el hechizo y la magia de esos primeros
libros.
Sin
embargo, incluso así, sus ficciones mantendrán el fuego que solo poseen los
grandes creadores. Aunque Vargas Llosa escribiese viendo al Real Madrid por la
televisión o con sus nietos desordenándole las canas, sus novelas igual serían
buenas.
Hildebrandt
se pregunta: “¿Dónde quedó el escritor del desacato que alguna vez habló en la
entrega del premio Rómulo Gallegos? ¿Dónde el intelectual que luchó por la
libertad de Herbert Padilla?” Eso sucedió hace cuarenta años. Ese Vargas Llosa
no existe más. El actual no es mejor ni peor, simplemente es distinto.
Un buen
lector no se atrevería a pedirle a un escritor que continúe escribiendo como
hace cuarenta años. Eso es enanismo intelectual. Un buen lector no se atrevería
a pedirle a un intelectual que continúe razonando como hace cuarenta años. Eso
es necedad. Un buen lector no se atrevería a pedirle a un escritor e
intelectual que continúe siendo la misma persona que era hace cuarenta años.
Eso es estupidez.
Hildebrandt
se pregunta: ¿Dónde está el Vargas Llosa que quisimos tanto? En su casa, con el
premio Nobel en la vitrina, trabajando con las mismas ganas de hace cincuenta
años, sin duda sintiendo el paso del tiempo no solo al caminar o al trotar,
sino también al escribir y al fabular, pero continuando a pesar de eso.
Nosotros
preguntamos ¿dónde está el Hildebrandt de Memoria del Abismo?
Felizmente, a la vuelta de su casa, piropeando a chicas a las que les llega al
hombro y que se ríen a sus espaldas. Felizmente, nunca más escribiendo novelas.
Nunca más.
Sábato
decía que, para admirar, se necesita grandeza. Y eso es algo que, a pesar de
sus cualidades intelectuales y de lo mucho que hizo y continúa haciendo en el
periodismo nacional, el “Chato” Hildebrandt no posee. Grandeza.
Hildebrandt es un tipo controversial, de eso no hay duda, pero no es un tipo traidor ni deja pasar las cosas por debajo. Es un tipo firme y culto. Por otro lado Vargas Llosa no ha hecho gran cosa para merecer el Premio Nobel. A pesar de tener creatividad en sus escritos, nunca deja desapercibido el lenguaje vulgar que para él es muy normal.
ResponderEliminarNo puedo opinar más. Tan sólo después de leer "Los jefes" y "Pantaleón" lo enterré para siempre y posiblemente nunca más lo vuelva a leer.
Personalmente, creo que existen y existieron mejores escritores que Vargas Llosa, y que alguno que otro mereció el Premio Nobel.
Simplemente Vargas Llosa no me gusta y Hildebrandt aunque tampoco es uno de mis personajes favoritos tiene una personalidad definida
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