SISTEMA NACIONAL DE
EVALUACIÓN, ACREDITACIÓN Y CERTIFICACIÓN DE LA
CALIDAD EDUCATIVA
El Perú se
halla ante una exigencia de políticas coyunturales, nacionales y sectoriales que
orientan el logro de altos niveles de responsabilidad y eficiencia del sistema
educativo como soporte y motor del desarrollo económico, social y cultural de la sociedad. Ejemplo de esto son los
procesos de evaluación y acreditación que
empiezan a efectivizarse a partir de la promulgación de la Ley que crea el Sistema
Nacional de Evaluación, Acreditación y Certificación de la Calidad Educativa (SINEACE); que se plasman en mayores
exigencias para el ingreso a las entidades
formadoras de maestros (Institutos y Universidades); así como para el nombramiento de los contratados por el estado
en plazas docentes en calidad de nombrados. Todo
esto en vista de la masificación y diversificación de
programas de formación y perfeccionamiento docente. Estás políticas educativas, aunque algo erráticas y repentistas, intentan aportar rigor y eficacia en medio de
un clima de desconfianza de la calidad del sistema educativo peruano.
En
este medio en el que calidad, competitividad y globalización se re-fuerzan recíprocamente,
la certificación profesional se convierte en un elemento de relevancia crucial,
para la forja e impulso de un nuevo paradigma
de la autorrealización humana en el siglo XXI. Por ello, mientras no exista un sistema que ofrezca informaciones válidas y confiables sobre lo que son los profesionales y lo que
saben hacer, nuestras normas quedarán etéreas y no lograrán su objetivo, esto es, la formación y reconocimiento de profesionales competentes.
La certificación profesional, entendida como la acción del estado para reconocer las competencias profesionales de una
persona, fueron adquiridas por un proceso de aprendizaje formal o no formal,
siempre y cuando pruebe que sus desempeños se
ajustan a estándares de exigencia preestablecidos.
De acuerdo a lo señalado
previamente, la certificación debe ser vista como medio de evaluación para una consiguiente retroalimentación personal e institucional, sea para validar un estado óptimo de desempeño, o para remediar eventuales déficit y recuperar el debido reconocimiento. En el caso de la
certificación institucional debe constituirse en un elemento de autorregulación y redefinición de contenidos de los programas educativos; de
modo tal, que el resultado que obtengan sus egresados debe servir de guía para desarrollar acciones que mejoren la formación profesional.
La certificación debe
sustentarse en una evaluación objetiva e imparcial del profesional, lo cual
solo será posible si se cuenta con un sistema de certificación sólido y riguroso. No basta con su promulgación y reglamentación, hay que efectivizarlo de modo prudente e
inteligente, y prepararse para saber
enfrentar formas abiertas o mimetizadas de resistencia.
Todo
sistema de certificación requiere de una implantación eficaz y capaz de mantener el rigor y la flexibilidad de acuerdo a las exigencias
del medio. Cada país debe establecer su sistema de acuerdo a sus
peculiaridades sociales, culturales, económicas y
legales. Recuérdese que estos sistemas son el fruto de una elaboración social, enraizada en la historia de cada sociedad concreta.
La certificación profesional ha demostrado ser un instrumento de enorme utilidad si se aplica en los contextos y
situaciones reales y apropiadas. Así mismo, puede proporcionar medios
para mejorar el ajuste de la formación
profesional a las demandas de las organizaciones sociales y empresariales, pero
requiere, para su pleno funcionamiento, de estructuras adecuadas y acuerdos políticos entre las partes interesadas.
Cuando la certificación está ligada a políticas
amplias de productividad y competitividad de las organizaciones,
existen mayores posibilidades para un resultado óptimo,
para tal efecto, Los procesos de certificación
requieren ser contextualizados tomando en cuenta el nivel de desarrollo
relativo de la región en que se inserta la organización; de otro modo, puede convertirse en mecanismo que refuerza la
exclusión social impidiendo la igualdad de oportunidades.
Las funciones de formación profesional y la función de
certificación deben permanecer separadas y asumidas por instituciones
distintas. Si ellas se reúnen en la misma entidad, se sientan las bases
para la corrupción del sistema.
Hasta
hoy, el reclutamiento de personal por las organizaciones, sobre todo las públicas, está plagado de nepotismo, el amiguismo y el
intercambio de favores. La implantación de la
certificación profesional significa introducir un elemento de racionalidad y
justicia en la accesibilidad a las
funciones laborales basada en la aptitud para el desempeño eficiente. Y esto les hará mucho
bien a las personas y al país.
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